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La Feria del Libro Escolar: prejuicios y oportunidades

Alejandra Quiroz Hernández – 13 de marzo de 2019

Cada vez es más frecuente que escuelas de educación básica, públicas y privadas, elijan organizar ferias de libro en sus planteles. A menudo se trata de un compromiso decidido con el fomento a la lectura, que no pasa por alto la importancia de la adquisición personal de libros. Otras no alcanza a ser una experiencia fructífera pues la lectura no es una actividad valorada en su entorno. Es decir: no trasciende el contexto escolar.

A la escuela se le ha dado la responsabilidad de fomentar la lectura en tanto que herramienta útil para el aprendizaje pero también como actividad recreativa. Sin embargo, al día de hoy persisten muchos discursos sobre los libros y las lecturas que no necesariamente corresponden con la realidad. Maestros y padres de familia persisten en la reproducción de prácticas de lectura que generalmente producen el efecto contrario al que se pretende.

Tras pasar algunos años atendiendo ferias escolares en contextos muy diversos, he logrado reconocer la repetición de algunas posturas frente a los libros, las lecturas y los lectores. Las siguientes son algunas de las frases más escuchadas en estos eventos.

Fotografía de Jordan Rowland en Unsplash

“Ese libro no es para tu edad” 

Desde la autoridad que confiere la edad y la experiencia, es común que los adultos descalifiquen las selecciones de los menores lectores. A veces desde la correlación respecto al volumen de páginas o la cantidad de ilustraciones. Como sea, se cree que hay un estándar respecto a la edad del lector y el tipo de libro. Leer no es una actividad unidireccional: puede haber saltos y pasos hacia atrás. Un error de la industria editorial ha sido indicar edades en la organización de sus catálogos. Es preferible ponderar el trayecto lector pero también dar oportunidad a probar otras experiencias para refrescar el habito de la lectura. 

¿Segura que quieres este?  

Las ferias hacen que los libros estén al alcance de sus lectores. Idealmente, son ellos quienes saben lo que quieren leer. Así lo pude constatar recientemente en una feria donde una nena de tres años se acercó a la mesa donde había visto el libro que eligió para que compraran sus papás. Se desanimó al ver que todavía no estaba habilitado el puesto. Su papá le aseguró que a la salida lo comprarían. Llegado ese momento, llevó a su madre hasta la mesa. Identificó el libro morado con un limón amarillo en la portada: “este”, dijo. La madre lo revisó sin convencerse. Preguntó a la niña si de verdad quería ese libro y ella insistió que sí. ¿Te das cuenta? Los lectores saben lo que quieren. Como adultos podemos ofrecer alternativas pero hemos de respetar sus elecciones. De lo contrario podemos perderlo todo. 

Fotografía de Laura Fuhrman en Unsplash

“Tiene poco texto” 

Esta es, posiblemente, la peor sentencia sobre el libro. Generalmente se dice del libro álbum pues no se alcanza a apreciar la narrativa conjunta del texto y las imágenes. Persiste la idea de que el mayor número de palabras hace valioso al libro. Durante algunos ciclos escolares, en México se tuvo que evaluar la competencia lectora según un estándar diseñado por las autoridades educativas. Según esta, un niño de 2do de primaria debía leer entre 75 a 89 palabras por minuto. En esa evaluación se medía la fluidez, velocidad y competencia lectora, aspectos meramente técnicos de esta actividad. Podías tener un niño que leyera rapidísimo pero que retuviera poco o nada del texto. La dimensión cognitiva quedaba completamente fuera. Cuando esta parte es deficiente, la lectura de imágenes puede ayudar a consolidar la cognición. A menudo se cree que los niños optan por libros ilustrados por pereza cuando, en realidad, pueden ser los más desafiantes.

La promoción de la lectura debe ir acompañada por una alta valoración del libro como objeto y del respeto a los lectores que eligen una u otra lectura. Basta recordar lo nocivo que fue cuando algún adulto impuso una lectura por encima de la deseada. Las ferias del libro escolares deben ser ocasiones dichosas para explorar libros y compartir lecturas. Claro, sin perder oportunidad de renovar nuestros discursos y nuestras prácticas.